La construcción mediática de la comunidad política. La prensa en la transición española a la democracia


Recibido: 02/10/08
Aceptado: 01/12/08

Mercedes Montero1, Jordi Rodríguez-Virgili2, Carmela García-Ortega3

1 Doctora en Historia. Doctora en Ciencias de la Información. Directora del Departamento de Comunicación Pública, Universidad de Navarra, Pamplona, España. mmontero@unav.es

2 Doctor en Ciencias de la Información. Subdirector de la maestría en Comunicación Política y Corporativa, Universidad de Navarra, Pamplona, España. jrvirgili@unav.es

3 Doctora en Periodismo. Profesora Facultad de Comunicación, Universidad de Navarra, Pamplona, España. cgarcia@usj.es


Resumen

El presente artículo analiza el comportamiento y las actitudes adoptadas por la prensa española durante el primer periodo de la transición a la democracia (noviembre de 1975-diciembre de 1978), momento en el que se realizaron los cambios políticos e institucionales más relevantes del proceso. Desde diversas perspectivas se explica el papel que jugaron los principales periódicos, así como las razones que les llevaron al consenso en los temas fundamentales de discusión pública. De esta forma, se constata cómo los medios de comunicación colaboraron de forma decisiva en la construcción de una nueva comunidad política democrática. A través de varios ejemplos de diarios, tomados uno por uno y en conjunto, se explican las especiales características de este interesante caso de colaboración entre poder político y periodismo, incluyendo algunas excepciones como la prensa de extrema derecha y los sectores nacionalistas vascos.

Palabras clave: democracia, política, periódico, información política, España (Fuente: Tesauro de la UNESCO).


The Role of the Media in Building a Political Community. The Press in the Transition to Democracy in Spain

Abstract

The behavior and attitudes adopted by the Spanish press during the period of transition to democracy (November 1975 to December 1978), a time when the most relevant political and institutional changes in that process occurred, are analyzed in this article. The role of the major newspapers is explained from several perspectives, as are the reasons that prompted them to reach a consensus on the fundamental topics of public debate. The result is a demonstration of how the mass media were decisive in helping to build a new political community based on democracy. Using several daily newspapers as examples –taken one by one and as a whole- the author explains the special characteristics of this interesting case of cooperation between political power and journalism. Several exceptions are included as well, such as the extreme right-wing press and the Basque nationalist sectors.

Key words: Democracy, politics, newspaper, political information, Spain (Source: UNESCO Thesaurus).


Introducción

España ofrece desde mediados de los años ochenta la imagen de un Estado moderno y democrático, de cultura pujante, con un papel reforzado de su presencia en el mundo. Desde 1989 su producción es la décima del globo en valor absoluto. Si en 1995 la renta per cápita española se situaba en el 78% de la media europea, en 2003 se había avanzado hasta el 87%. Los últimos años noventa y los primeros del nuevo milenio constituyen la etapa más larga de crecimiento de la historia contemporánea de España (Montero y Roig, 2005, p. 460; Serrano 2002, pp. 85-89).

Cuando murió el General Franco, el 20 de noviembre de 1975, nada hacía presagiar la realidad actual: el país atravesaba circunstancias políticas, económicas y sociales desfavorables. La crisis mundial provocada por el petróleo tenía consecuencias penosas: disparo de la inflación, aumento del desempleo, déficit exterior, huelgas, cierres de empresas y manifestaciones en las que se mezclaban reivindicaciones políticas y laborales. La situación no auguraba un proceso pacífico hacia la democracia. Sin embargo, se logró gracias al consenso alcanzado por partidos, sindicatos y asociaciones en los llamados Pactos de la Moncloa: una serie de acuerdos económicos y políticos, pactados por Gobierno y oposición, que permitieron cierta unidad para superar la difícil coyuntura que atravesaba la nación.

Los medios de comunicación, y de modo especial la prensa diaria, facilitaron de manera decisiva este consenso. Por una parte, desempeñaron el rol tradicional que hasta entonces les había sido vedado: mediadores entre políticos y ciudadanía, el papel clásico de representante de la opinión pública ante las instituciones. Por otra parte, se aventuraron más allá: intervinieron en el proceso de transición e influyeron en él. En este sentido, la prensa se comportó como un actor más de la esfera pública, en connivencia con el poder político, impulsando valores democráticos fundamentales. La nueva comunidad política democrática que estaba construyendo y que incorporaba nuevos actores –como partidos, sindicatos y ciudadanos–, hasta entonces prácticamente excluidos de la vida política, contaba con la colaboración de los medios de comunicación en general y de la prensa en particular.

Este consenso, y el apoyo de los medios de comunicación, es un punto fundamental que diferencia la transición española de otras transformaciones políticas hacia la democracia, ocurridas más tarde en Europa y América. En el viejo continente, los países del este que abandonaron el comunismo a finales de los años ochenta tuvieron gran interés en las condiciones que permitieron el proceso político español. Pero en la mayor parte de los casos, esas transiciones carecieron de suficiente apoyo popular y no fueron posibles acuerdos como los Pactos de la Moncloa (González, 1993, pp. 362-380; Huntington, 1991). La sociedad civil de estos países era débil –salvo en Polonia–, y continuó bastante desestructurada una vez que cayeron los regímenes comunistas. De ahí que la prensa no pudiera jugar un papel clave. Estudios recientes ponen de manifiesto situaciones como la de Rusia, caracterizada por extrema desconfianza entre los medios y el poder; o el de Ucrania, donde el Estado controla a fondo la estructura de la comunicación, y donde quizá por ello la democracia ha hecho mínimos progresos (Voltmer, 2006, pp. 10-11).

En América Latina, partiendo de unos medios con mayor libertad, muchos de ellos se alejaron de los modelos de objetividad periodística, convirtiéndose en prensa partisana. Era impensable un consenso periodístico cuando éste no existía en los ámbitos político y económico, reflejo de una persistente división ideológica en las cuestiones básicas (Voltmer, 2006, pp. 76-80). En Chile, por ejemplo, la prensa se polarizó en dos vertientes (oficialista y opositora) que vertió las agendas de las respectivas élites políticas, y que no siempre sintonizó con las preocupaciones de la opinión pública (Filgueira y Nohlen, 1994, pp. 163-180). En Argentina, la prensa en su conjunto no desempeñó un rol significativo en su proceso de transición (p. 135).

En España no ocurrió lo mismo. Desde 1966 la prensa gozaba de cierta libertad, aunque muy matizada, gracias a la Ley de Prensa e Imprenta. Esta relativa libertad constituyó un buen entrenamiento para lo que vendría después. En los últimos años del franquismo la prensa se convirtió en “el parlamento de papel” (Barrera, 1995; Chuliá, 2001). Una vez muerto Franco, se abolieron los artículos más obstructivos de la ley del 66, despejando con ello el camino para que las elecciones de junio de 1977 pudieran celebrarse con todas las garantías: una prensa medio amordazada hubiera desacreditado la legitimidad democrática del proceso. La Constitución  de 1978 reconoció de manera formal la libertad de información.

En estos años se dio una dualidad evidente entre la prensa tradicional y la recién llegada, entre los “viejos” y los “nuevos” diarios. Los primeros eran de corte conservador y procedían de la época franquista, aunque no siempre estuvieron en sintonía con el poder. En general fueron partidarios de la transición democrática –no todos –, por la vía de la reforma, no de la ruptura, y tendían a ser respetuosos con el pasado inmediato. Entre ellos cabe destacar ABC y Ya (Madrid), La Vanguardia (Barcelona) y El Correo Español-El Pueblo Vasco (Bilbao, País Vasco), todos ellos muy anteriores al franquismo. Otros periódicos procedentes de la dictadura, y producto de ella, eran Pueblo y Arriba, diarios propiedad del Estado. En último lugar, puede citarse El Alcázar, periódico de la extrema derecha, contrario al proceso democrático y la excepción dentro de este grupo de diarios provenientes de la dictadura.

El segundo grupo de periódicos –los recién llegados – se situó en posiciones más cercanas a la centro-izquierda y al nacionalismo. Entre estos periódicos de nueva fundación se destacaron El País y Diario 16 (Madrid), los nacionalistas Egin y Deia (País Vasco), escritos muy parcialmente en vasco; y Avuí (Barcelona), escrito en catalán. Fuera de ambos grupos –o a la vez en los dos – quedan Informaciones (Madrid) y Mundo Diario (Barcelona), procedentes de la situación anterior pero reconvertidos a posiciones de izquierda. De estos periódicos sólo cinco sobreviven en la actualidad. En resumen: un amplio abanico de posiciones, un pluralismo informativo paralelo al que en otros ámbitos manifestaba la sociedad española. No hay que olvidar que en 1977 se crearon ochenta partidos políticos.

Salvo El Alcázar, el resto de los periódicos coincidieron  en un mismo objetivo: alcanzar un nuevorégimen democrático, con partidos políticos (incluido el comunista) y elecciones libres. En este sentido, la prensa española actuó como colaboradora del poder político, tanto del Gobierno como de la oposición, que actuaban en consenso respecto a los temas principales (Volt-mer, 2001, pp. 23-41). Los medios minimizaron sus críticas al Gobierno cuando éste tuvo que hacer frente a circunstancias difíciles, particularmente los enemigos de la izquierda y de la derecha que desestabilizaban continuamente la situación. Estos radicalismos eran percibidos como el mayor peligro del proceso democrático. Cuando en enero de 1977 una ola de secuestros y asesinatos puso la transición en peligro, los periódicos de Madrid sacaron un editorial conjunto titulado “Por la unidad de todos”. Este hecho representa un jalón histórico a favor de la concordia y de la unidad, llevado a cabo por la prensa como actor colectivo. Incluso El Alcázar lo incluyó en sus páginas4.

La prensa no se limitó a apoyar el proceso en las situaciones comprometidas. De manera sistemática introdujo en sus páginas nuevos valores, a los que los españoles estaban poco acostumbrados, aquellos asociados habitualmente con un régimen democrático: libertades civiles, amnistía, autonomía para las regiones, elecciones, convivencia, consenso, reconciliación y concordia (Barrera y Zugasti, 2001, pp. 109-138). Presentó también a los nuevos actores políticos, partidos y sindicatos que antes estaban en la sombra y que eran poco conocidos por los españoles. La construcción mediática de la comunidad política durante estos tres años fue una pieza decisiva para el éxito del proceso de transición.

Esta tarea común de la prensa no fue fruto de un acuerdo “oficial”, ni de un pacto expreso entre los profesionales de la comunicación. Puede afirmarse que la profesión tomó conciencia de su misión, del papel relevante que le correspondía en la transición a la democracia, contribuyendo a lograr este objetivo “mano a mano” con los gobernantes y la oposición. De hecho, se produjo una estrecha relación entre informadores y políticos que ha quedado como una de las características –de los lastres, dicen muchos – del actual periodismo español (Canel y Piqué, 1998, pp. 229-319).

No todos los diarios actuaron de igual modo: cada uno siguió su propia tendencia. Así, los recién llegados, libres de trabas y sin compromisos con la situación anterior, pusieron mayor énfasis en su apoyo a la democracia. Los veteranos juzgaron con menos dureza al franquismo y le reconocieron dos hechos positivos: la paz y el desarrollo económico. Los periódicos de Cataluña y el País Vasco fueron mucho más sensibles a las demandas de autonomía. La prensa vasca en concreto, junto con El Alcázar, fue la que en más ocasiones rompió el consenso –amnistía general de 1977, constitución de 1978–. Todas estas diferencias y matices se analizan a continuación.

La nueva prensa democrática

El País y Diario 16 son los dos nuevos periódicos más influyentes, nacidos después de la muerte  de Franco. El primer número de El País salió el 4 de mayo de 1976; y el de Diario 16 unos meses más tarde, el 18 de octubre. Ambas fueron publicaciones emergentes, poco consideradas con el pasado reciente de España y radicales en sus planteamientos.

El País ya manifestó en su primer editorial (“Ante la ‘reforma’”) que no creía en la buena fe del Gobierno de Carlos Arias ni en su pretendido deseo de reforma política hacia la democracia: únicamente buscaba defender privilegios e intereses de grupo y el continuismo por encima de todo5. Diario 16, unos meses después, tampoco demostraba confianza en el Gobierno aunque no de manera tan tajante. Había ya otro Gobierno, el de Adolfo Suárez, que parecía más comprometido con la liquidación del viejo orden y la transición hacia la democracia. Pero de momento tenía aún que demostrar la sinceridad de sus planteamientos6.

El País se presentó desde el principio como un periódico formalmente serio, todo letras, con mucha cita de intelectuales, sin concesiones fáciles a las grandes fotos y titulares. Su opción política fue el Partido Socialista Obrero Español (PSOE) (Cruz, 1996; Espantaleón, 2002; Seoane, 2004). Diario 16 era en cierto modo su opuesto: grandes y expresivas fotografías y titulares, primeras páginas que eran todo un editorial. Periódico “gritón”, poco dado a guardar las formas,  pero menos radical en sus apoyos partidistas yen su planteamiento ideológico que El País. Políticamente apostó por el centro, un impreciso espacio que iba de la democracia cristiana a la social democracia no marxista.

El País ahorró elogios al Gobierno de Adolfo Suárez de manera sistemática. Su candidato  para presidente, después de la caída de Carlos Arias, había sido el político monárquico José María de Areilza. En cambio, Diario 16 tanto elogiaba como criticaba al presidente Suárez y a su Gobierno, habitualmente con vehemencia. El 18 de noviembre de 1976, las Cortes franquistas votaron la Ley de Reforma Política, es decir, su propia autoliquidación. El País hubo de reconocer que sus previsiones en este asunto habían fallado; pero afirmó con rotundidad que el Gobierno había hecho aprobar una reforma desvirtuada, pactada con las fuerzas franquistas7. Diario 16 alabó la estrategia de Suárez, que parecía eficaz aunque tenía puntos débiles, y le animaba a que negociara con la oposición cuanto antes8.

Este referéndum dividió a las fuerzas políticas. Buena parte de la oposición, encabezada por el PSOE, propuso la llamada “abstención activa”. El País rápidamente abanderó esta postura. Diario 16, sin embargo, aún criticando muchas cuestiones relativas al referéndum (por ejemplo, la campaña publicitaria) consideró que la oposición no podía jugar a la “abstención activa” y la atacó por defender una postura maximalista.  Cuando el día 15 de diciembre de 1976 los españoles votaron abrumadoramente sí en el referéndum, El País no tuvo más remedio que dedicar un largo editorial para justificar su postura. La altísima participación registrada no le pareció una nota positiva, sino más bien un mal hábito heredado de la dictadura franquista, cuando en los referendos no se registraban abstenciones. Entraba después en bizantinismos: el referéndum había planteado mal la pregunta: se había votado por reforma o continuismo, pero ¿y si se hubiera votado entre continuismo y no continuismo? Los sentimientos matizados de muchos ciudadanos –seguía el periódico – no habían tenido el debido cauce de expresión.
 Parece que El País se resistía a reconocer su derrota, porque un referéndum siempre realiza una pregunta  clara, no se plantean cuestiones que recojan los distintos matices de opinión. El periódico animaba al Gobierno a no abusar de la victoria y le urgía la negociar la futura hoja de ruta hacia  la democracia con quienes habían propuesto la abstención activa, es decir, con el PSOE9. Diario 16, por su parte, se mostró entusiasmado por la respuesta de los españoles y afirmaba lo evidente, que habían votado sí incluso la mayoría de los que proponían la abstención10.

Pocos meses después se celebraron en España las primeras elecciones libres desde 1936. Contaron con una alta participación (casi el 80%) y pusieron de manifiesto la opción del electorado por las posiciones moderadas, UCD y PSOE, frente a los antiguos ministros franquistas de AP y el Partido Comunista. Desde el 15 de diciembre de 1976 hasta el 15 de junio de 1977, El País no dejó de atacar las acciones del Gobierno y en particular de su presidente, Adolfo Suárez.

Le enfureció sobre todo la maniobra que éste realizó para organizar el centro político en torno a sí, liderar la operación y seguir al frente del Gobierno después de las elecciones. En este sentido,  el 12 de junio de 1977, publicó un sondeo electoral que evidenciaba el crecimiento de la izquierda pero también el elevado número de indecisos. El periódico tomaba partido:

En caso de confirmarse, el crecimiento electoral de la izquierda cerraría al presidente Suárez  […] la posibilidad de un Gobierno en solitario, o en coalición con la derecha, o con unos hipotéticos restos de centroizquierda. Todos los sondeos muestran que el PSOE es el primer partido de España, pues la UCD no es más que una coalición electoral11.

El día anterior a las elecciones, tras afirmar que no pediría el voto por ningún partido –una tradición de la prensa liberal –, pasaba revista “objetiva” a todas las fuerzas políticas. Señalaba por quien no se debía votar, a la derecha procedente  del franquismo, y en ella incluía a UCD:

La Unión de Centro se presenta a los electores con su propia cara deformada por la invasión de sus listas electorales que el Poder ha llevado a cabo, y que hará, casi con toda seguridad, que  la mitad de los diputados elegidos por UCD pertenezcan al espectro tecnocrático o político que colaboró con el franquismo. Su afincamiento en las tácticas del antiguo régimen dificultará así su entendimiento de la manera de gobernar en una democracia12.

Apoyaba la opción de izquierdas pero advertía contra el Partido Comunista. Por eliminación estaba apoyando al PSOE.

En el mismo periodo, Diario 16 coincidió muchas veces con los ataques al Gobierno que hacía El País, por ejemplo, a raíz de la operación que realizó Adolfo Suárez para liderar UCD y presentarse como candidato de la coalición a las elecciones. Sin embargo, en los momentos clave, sabía reconocer a todas las partes sus puntos buenos, incluido el Gobierno y el presidente. Así, el 13 de junio de 1977, en vísperas de los comicios, reconocía en un editorial que salir pacíficamente de la dictadura y hacerlo hacia la democracia, no era una empresa fácil y que España lo había conseguido. Aseguraba que eso se debía a que la clase política española contaba con grandes hombres, tanto en el Gobierno como en la oposición, pese a la improvisación y a la falta de experiencia13. El día 14, valorando los sondeos que se habían realizado, se refería a la debilidad de UCD, pero no cometía el error de apostar por la victoria del PSOE. No pidió el voto para nadie, ni implícita ni explícitamente. El día 16, cuando todavía no estaban claros los resultados afirmaba lo siguiente: “El presidente Suárez ha sido el gran timonel del tránsito y su audacia ha logrado superar obstáculos ante los que otros antes se habían estrellado”14. Decía también que todo parecía indicar el triunfo de UCD, a la que definía como una derecha civilizada y dialogante que nunca había existido en España.

La elaboración de la Constitución fue laboriosa, porque se buscó el consenso político entre los partidos. Se aprobó en referéndum el 6 de  diciembre de 1978. La abstención fue de un 30%, debida en parte a la actitud de los nacionalistas  vascos, pero sólo en parte. Según Diario 16, un número considerable de españoles, sin obediencia de partido, se había desinteresado del proceso constituyente y se había abstenido de pronunciarse en el referéndum. Con su vehemencia habitual acusaba a la clase política española que, perdida en los vericuetos del consenso, había aburrido y alejado de sus responsabilidades a millones de ciudadanos. Un día después volvía sobre el consenso, insistiendo  en que existían muchos ciudadanos desencantados, que no se habían integrado en el ejercicio activo de la soberanía democrática. Era vital –según el periódico – rescatar a esos españoles, hastiados de la comedia consensual. Era fundamental para ello que los partidos funcionaran sin componendas ni apaños de pasillo15. Por su parte, El País argumentaba de manera similar, pero más templadamente. Quizá porque tanta culpa tenía el gobierno de UCD como el PSOE, el partido al que extraoficialmente apoyaba: el consenso había sido un mal necesario para desmantelar el franquismo16.

La conversión democrática de los viejos diarios

No sólo la nueva prensa democrática contribuyó a la restauración de democracia. La transición también fue posible gracias a que casi todos los diarios que pacíficamente coexistieron con la dictadura de Franco buscaron los mismos objetivos. Este proceso, muy similar a lo que ocurrió con los políticos que venían del viejo régimen, favoreció un amplio acuerdo general periodístico. Este acuerdo tácito era significativo tanto entre las salas de redacción como entre los propietarios de periódicos (Barrera, 1997).

La transición fue un periodo de cambios y crisis en la mayoría de los diarios veteranos. Afectó de forma especial a los dos decanos de la prensa española: ABC y La Vanguardia. El monárquico ABC, nacido en 1903, sufrió el bache más serio de su historia durante los años de la transición. Fueron años complejos, de indecisiones y contradicciones, en que ABC daba una de cal (fidelidad a su línea liberal independiente) y otra de arena (colaboración con rasgos de inmovilismo) (Alférez, 1986, p. 26). La defensa del pasado y las sospechas sobre casi todo lo que se avecinaba marcaron la línea editorial de ABC en la primera parte de la transición. Pero eso no impedía iniciativas político-informativas para adaptarse a los cambios como las fichas entrevistas “Cien españoles para la democracia” y las “tertulias electorales de ABC”. Con las fichas se entrevistaron a los cien políticos que, a juicio del diario monárquico, más iban a influir en la  naciente democracia. En las tertulias, los candidatosa las primeras elecciones respondían a los redactores e invitados reunidos en la biblioteca del periódico.

La postura editorial ante la legalización del Partido Comunista ejemplifica el comportamiento del diario en estos años: oposición primero, después aceptación y por último apoyo a las reformas del gobierno. ABC había advertido en un duro editorial: “El comunismo es lo más totalitario y antidemocrático que existe en el mundo […] Somos contrarios a la legalización del Partido Comunista porque sus hechos y su programa le convierten en el máximo enemigo de la libertad”17. Cuando el Gobierno, por sorpresa, aprovechando las vacaciones de Semana Santa, legalizó el Partido Comunista, el diario monárquico no dudó en calificarlo como una “gravísima decisión y un error de nuestros gobernantes”18. Sin embargo, todos los periódicos, excepto ABC y El Alcázar, apoyaron la decisión del Gobierno  y publicaron un editorial conjunto, bajo el título“No frustrar una esperanza”. ABC se dio cuenta  de que se había quedado aislado. Reaccionó conotro editorial titulado “Primer objetivo: la distensión”, en el que en cierto modo rectificaba, ya que acataba la decisión y apoyaba al Gobierno en la búsqueda de la “distensión política y la concordia”19. Para mostrar su buena disposición, reprodujo en sus páginas el texto íntegro de “No frustrar una esperanza”.

Las contradicciones internas del ABC afloraron en las elecciones de junio de 1977. Una parte de la familia propietaria, los Luca de Tena, se presentó en las listas de AP, partido formado por destacados ex ministros franquistas, mientras otra hizo lo propio en las listas de UCD. Ante la evidente división, el diario publicó una nota en la que se recordaba “la radical independencia de la línea editorial y de pensamiento de estas publicaciones respecto a las actividades cívicas o políticas que realicen o puedan realizar sus empleados, productores, redactores o empresarios”20. Tras la victoria electoral del partido centrista UCD, ABC asumió que marchaba con el paso cambiado. No en vano había perdido un tercio de su tirada. Desde ese momento, sin perder su carácter de periódico conservador y de orden, apoyó las reformas (Pérez Mateos, 2002; Olmos, 2002, p. 545).

Durante la tramitación de la Constitución, ABC no dejó de señalar las omisiones y los puntos débiles del texto. Pero cuando fue aprobada en referéndum, publicó “Una cosa está clara. Los españoles del sí han aplastado electoralmente a los españoles del no. La ultraderecha que no quiere la Constitución, la ultraizquierda que quiere la revolución y los separatistas que quieren la desintegración, no suman todos ellos una cifra electoralmente relevante”21. El diario apoyó la Constitución sobre todo por la voluntad integradora de la Monarquía.

En el mercado catalán, La Vanguardia se mantuvo como líder indiscutible durante la transición (Guillamet, 1996). Desde comienzos del siglo XX, era una institución y punto de referencia ineludible en la opinión pública catalana (Gaziel, 1994).

Durante el franquismo, fiel a su idiosincrasia histórica progubernamental, La Vanguardia convivió de forma básicamente pacífica con la dictadura. Tras la muerte de Franco, el diario tuvo que afrontar la creciente competencia del resto de diarios editados en Barcelona, más agresivos  o audaces en el tono informativo y editorial.

No fue fácil la progresiva adaptación. El propietario del periódico, Carlos Godó, se sentía identificado con el franquismo22. Sin embargo, se antepusieron los intereses del diario a los personales del dueño. Dentro de su tradición liberal conservadora, La Vanguardia apoyó los movimientos tendientes a construir un sistema democrático mediante la reforma, que no ruptura, de la legalidad franquista. Una figura clave para la evolución del diario y el mantenimiento del equilibrio entre la redacción y la empresa en unos momentos políticamente tan intensos fue el director Horacio Sáenz Guerreo.

La Vanguardia tenía que adaptarse a los nuevos tiempos para sobrevivir, como había hecho a lo largo de su historia. Lo hizo con la cautela y prudencia que le caracterizan. Proclamado don Juan Carlos como rey de España, el diario mostró su apoyo incondicional al monarca23. A diferencia de ABC, el monarquismo de La Vanguardia era pragmático. Es decir, no figuraba en primer lugar de su ideario, pero lo apoyaba como instrumento válido para conseguir altos fines políticos e ideológicos.

La Vanguardia no ocultó su sorpresa ante la designación de Adolfo Suárez como presidente24. Pero las reformas emprendidas por el Gobierno fueron cambiando la actitud del periódico. En especial, La Vanguardia aplaudió la Ley para la Reforma Política e interpretó los resultados del referéndum como “una magnífica lección de sensatez, de tranquilidad, de civismo por parte del pueblo español”25.

Ante las primeras elecciones libres en España, La Vanguardia confirmó ante los lectores su “invariable norma de independencia y objetividad, particularmente necesaria en periodo electoral”26. No aconsejó el voto a ningún partido, pero hizo un llamamiento a la sensatez y al realismo, frente a la utopía y la demagogia de algunos programas. Apoyó a los reformistas frente a los partidarios de la ruptura o la continuidad27. Por eso, saludó el triunfo en las urnas de Adolfo Suárez.

El amplio respaldo obtenido por los partidos defensores de la autonomía para Cataluña llevó a La Vanguardia a iniciar el giro catalanista. Pudo apreciarse en la explicación de la historia de Cataluña y en los términos utilizados para referirse al franquismo en relación con aquélla. Por primera vez desde la muerte de Franco aparecieron en sus editoriales duras expresiones como “cuarenta años de ocultación de la realidad catalana”28, “pernicioso y abusivo absolutismo centralista” o “dictadura centralista”29. En un artículo publicado en 1979, Carlos Godó escribió, acerca de la línea de La Vanguardia “con el hecho catalán”, que

difícilmente podrá encontrarse una labor editorial más respetuosa con el ser histórico de Cataluña y que haya contribuido tanto al conocimiento, al amor y al respeto hacia Cataluña  como realidad histórica y por lo tanto susceptible de recuperar un día sus instituciones propias en beneficio de la superior articulación de una unidad de España más responsable, moderna y realista (Nogué y Barrera, 2006, p. 356).

Era una reivindicación de que el diario se había movido en la dirección que marcaron los nuevos tiempos.

La Vanguardia apoyó la Constitución y pidió el voto afirmativo en el referéndum del 6 de diciembre. Para el diario catalán “la tan discutible fórmula del consenso ha permitido quebrar la dramática dicotomía de las dos Españas implacablemente enfrentadas”30. En definitiva, La Vanguardia siguió siendo un diario gubernamental, es decir, de apoyo básico –aunque no incondicional – a las medidas de los distintos gobiernos.

No debe olvidarse, al analizar los viejos diarios, que durante la transición se mantuvo un importante número de diarios propiedad del Estado, entre los que se destacaban Pueblo y Arriba. Su carácter público y su dependencia en última instancia del Gobierno permitieron que durante la transición apoyaran en lo esencial el proceso  de reformas impulsado por el rey y Adolfo Suárez (Zalbidea, 1996).

La prensa de extrema derecha

Varios intentos de desestabilizar el proceso dificultaron el camino a la democracia. En el campo de la opinión pública, hubo una fuerte oposición por parte de la extrema derecha que controlaba un escaso pero combativo número de periódicos como El Alcázar y El Imparcial, y revistas como Fuerza Nueva y Heraldo Español.

El más importante fue El Alcázar. Este diario era el órgano informativo de la Confederación Nacional de Ex Combatientes, que bajo la presidencia del ex ministro de Franco, José Antonio Girón, agrupaba a los que habían luchado en el bando  franquista durante la Guerra Civil. En la primera parte de la Transición, fue la organización más importante de la extrema derecha. En el momento de la muerte de Franco, noviembre de 1975, El Alcázar se destacaba por sus duros artículos contra cualquier programa de reforma política, pero era un periódico con escasa difusión.

Durante la Transición, El Alcázar atrajo a los nostálgicos del franquismo opuestos a las reformas democráticas y con ello experimentó un progresivo aumento de ventas. Esta voz periodística discordante con el proceso de transición a la democracia ganó especial relevancia a partir de 1977, por dos razones principales. Por una parte, las primeras elecciones, celebradas el 15 de junio de 1977, supusieron un descalabro para las fuerzas inmovilistas. La marginación parlamentaria de la extrema derecha significó el refuerzo de sus órganos de prensa, que se convirtieron en el cauce principal de participación en el debate público. Por otra, Antonio Izquierdo sustituyó a Antonio Gibello como director del periódico. La dirección de Izquierdo fue más dinámica y combativa que la de su predecesor.

Así pues, El Alcázar se convirtió en el punto de referencia de la extrema derecha. Los inmovilistas encontraban en este periódico una visión de la realidad acorde con sus ideas políticas. Proporcionaban argumentos y razones a los descontentos con el proceso de transición. Porque El Alcázar fue sobre todo un periódico contrario  al proceso de transición a la democracia. Su director, Izquierdo, afirmó que El Alcázar estaba “en la oposición al Gobierno y en la oposición a la Oposición” (Izquierdo, 1981, p. 86). Su crítica se dirigía al sistema democrático en su conjunto. Practicó un “Periodismo de combate” contra la democracia liberal utilizando todos los recursos disponibles: titulación, editoriales, colaboradores, selección de noticias, etc.

El Alcázar se consideraba el defensor de la unidad de España, fiel a la doctrina de José Antonio Primo de Rivera, fundador de la Falange Española. También se presentaba como el defensor de la figura y obra de Francisco Franco. Por eso, El Alcázar arremetía contra las reformas, con un discurso apologético del franquismo, basado sobre todo en los logros materiales alcanzados, mayores que los conseguidos con la democracia. 

Por ejemplo, cuando los españoles aprobaron por referéndum la Ley de Reforma Política, el editorial de portada afirmó “la victoria de hoy no es la victoria del pueblo, sino la victoria pírrica de la especulación partidista”. No se devolvía la soberanía al pueblo, sino que los partidos políticos robaban su protagonismo. Y anunciaba que el periódico “pasaba a la ofensiva en servicio permanente a la Unidad de España”31.

El Alcázar era beligerante con todos los partidos políticos, en especial con los de la izquierda. Pero los comunistas eran los “enemigos” de la patria. Los marxistas habían sido derrotados durante la Guerra Civil y el diario consideraba intolerable que volviesen a la escena pública. Por eso, cuando  el Gobierno legalizó el Partido Comunista, larespuesta del periódico fue contundente: el Gobierno era culpable, mentiroso y traidor. El Alcázar tituló en portada, “Gol” y decía que había sido un autogol del Gobierno “en la portería que se juró y perjuró que estaba defendida y bien defendida contra la amenaza comunista”32.

En esos años, el terrorismo golpeaba con dureza en España. El Alcázar denunciaba los brutales atentados terroristas a toda plana y con un lenguaje bélico. Contribuía a la “estrategia de tensión” de la extrema derecha. Así por ejemplo, tenía una destacada sección titulada “El parte”, en que se hacía un “balance terrorista de la semana, de cada mes, de cada año”. El diario reclamaba mano dura contra el terrorismo separatista. Por el contrario, el resto de la prensa intentaba no informar en exceso de los atentados para no desestabilizar el proceso de democratización. Según El Alcázar, los partidos políticos habían pactado ocultar de forma sistemática la realidad del país. Para el diario, la democracia y la debilidad del Gobierno alentaban el terrorismo.

El Alcázar anunciaba la ruptura de la unidad de España. La descentralización era un ataque contra la unidad de deberes y derechos de los españoles. Utilizaba, como en todos los temas, un lenguaje catastrofista y apocalíptico. Cuando se restableció la Generalitat de Cataluña tituló a toda página “Atropello a la soberanía popular”33.

El periódico también excitaba los ánimos del ejército. El ejército había sido una institución central de la dictadura franquista, un régimen nacido de una guerra y dirigido por un general. El Alcázar recogía el malestar de parte del ejército ante el terrible ataque del terrorismo –baste recordar que más de 200 militares fueron asesinados entre 1976 y 1981–, el desmembramiento de la unidad de España por el proceso autonómico y la pérdida de la autonomía del Ejercito. Los militares, que se sentían humillados por el aislamiento a que les sometía la prensa, encontraron su refugio en El Alcázar.

España sufría las secuelas de la crisis del petróleo, con inflación y un continuo crecimiento del paro. El diario fomentaba la idea de una sociedad en permanente conflicto –con crisis, paro, corrupción –, abocada a la inestabilidad crónica si se imponía la democracia. Otra demostración de su estrategia de “explotar el descontento”. El Alcázar recordaba la época de seguridad que se vivió en España durante el franquismo. Como contraposición destacaba el fracaso de la II República que terminó en la Guerra Civil. Establecía un claro paralelismo entre la situación política de la II República con la de la Transición. Para muchos, este paralelismo suponía una forma indirecta de alentar una intervención militar, un golpe de Estado.

El proceso hacia la democracia culminó institucionalmente con la Constitución. La campaña del referéndum constitucional fue uno de los  momentos de mayor grado de consonancia alcanzado por la prensa española. El Alcázar, sin embargo, sirvió de altavoz a sectores contrarios a la Carta Magna, a los defensores de un régimen que la entrada en vigor de ese texto legal iba finiquitar. El Alcázar dirigió una campaña para alentar la abstención y el voto negativo, con la apelación al miedo como principal argumento. Presentaban una Constitución ilegal, separatista, marxista y anticristiana.

Su interpretación del referéndum también fue particular. El diario hablaba de “los resultados del referéndum de la ruptura”, porque “una mitad de España ha aprobado la Constitución frente la inhibición negativa o la franqueza negativa de la otra media”34. El Alcázar había sumado como votos contrarios las abstenciones (que eran la mayor proporción), los votos en blanco, nulos y negativos, lo que resultaba un total del 41,05% del censo, frente a los sí favorables, que sumaban un 58,95%. Así pues, la Constitución rompía a España en dos mitades antagónicas.

En definitiva, El Alcázar fue el periódico más representativo de la prensa de extrema derecha. Una prensa combativa que intentó desestabilizar el proceso de transición a la democracia.

La excepción nacionalista: el País Vasco

El País Vasco fue la región que, junto con Cataluña, reivindicó con más énfasis un régimen de autonomía. La mayoría de los periódicos vascos contribuyeron al establecimiento del sistema democrático en España mediante su apoyo al proceso de cambio. La excepción fueron los diarios de ideología nacionalista Deia y Egin, que se opusieron a los límites que la Constitución imponía a sus aspiraciones de autogobierno.

Las reivindicaciones autonomistas no surgieron en la transición. El problema de la organización territorial del Estado tuvo su origen en el siglo XIX, con el nacimiento del sentimiento nacionalista en algunas regiones, y la posterior formación de los primeros movimientos políticos de este signo. En la II República (1931-1936) se intentó solucionar este problema, que se había ido radicalizando, y se concedieron Estatutos de Autonomía a Cataluña y al País Vasco. Tras la Guerra Civil (1936-1939), el bando vencedor suprimió el autogobierno de estas dos regiones e instauró una dictadura centralista.

Sin embargo, la represión franquista no consiguió ahogar el sentimiento nacionalista que resurgió con fuerza en los últimos años del régimen. A la muerte de Franco, los gritos de “libertad, amnistía, estatuto de autonomía” se oían no sólo en Cataluña y País Vasco, sino en otras regiones de España. Democracia y autonomía aparecían indisolublemente unidas.

El Gobierno surgido tras las elecciones de 1977, estableció con carácter provisional un régimen preautonómico para Cataluña y País Vasco. La fórmula se extendió a la práctica totalidad de las regiones del país y, de este modo, la organización preautonómica prefiguró el futuro  constitucional de la estructura territorial de España (Fusi, 1996, pp. 446-452).

Llegado el momento de elaborar la Carta Magna, la cuestión autonómica fue una de las más debatidas y a punto estuvo de truncar el consenso (Aja, 1999, p. 51; Clavero Arévalo, 1983, p. 97; Solé Tura, 1985, p. 89). Finalmente, el derecho a la autonomía de las regiones quedó reconocido y garantizado en el artículo 2, junto a una mención expresa a la indisolubilidad de la
Nación española.

La Constitución sometida a referéndum recibió un masivo apoyo por parte de los españoles, pero en el País Vasco ese respaldo no fue tan destacado. Los vascos optaron por seguir las consignas de las tres opciones políticas con más fuerza en la región.

El Partido Nacionalista Vasco (PNV), de ideología nacionalista moderada, fue el partido más votado en las elecciones de 1977. Su objetivo era recuperar el régimen foral del que había disfrutado el País Vasco hasta el siglo XIX, caracterizado por ciertas cotas de autogobierno y una fiscalidad diferente de la del resto del Estado. Las demás fuerzas parlamentarias intentaron satisfacer esta aspiración, en desagravio por el centralismo del pasado, pero las reivindicaciones  del PNV superaban los límites de la Constitución por lo que el acuerdo no fue posible. El PNV adoptó una actitud victimista, se apartó del consenso y recomendó la abstención en el referéndum constitucional.

El Partido Socialista Obrero Español (PSOE) contaba con una federación en el País Vasco. Fue la segunda fuerza más votada, ligeramente por detrás del PNV. Participó en el consenso y se mostró partidario de una autonomía para el País Vasco dentro del marco de la Constitución. Pidió el sí en el referéndum.

La banda terrorista ETA (siglas de “País Vasco y Libertad”), y los partidos extraparlamentarios, algunos todavía ilegales, situados al margen del juego democrático, de ideología izquierdista, nacionalista y radical, pidieron el no en el referéndum porque la Constitución no recogía sus aspiraciones independentistas.

Al comienzo de la transición no había en el País Vasco prensa de ideología nacionalista (Bezunartea, 1988; Coca y Martínez, 1992). Los siete diarios que se editaban en la región en los últimos años del franquismo continuaron su existencia, tras la muerte del General, sin apenas variar su línea editorial y sin nuevos competidores en el mercado. La situación cambió en 1977. Los grupos nacionalistas, silenciados durante la dictadura, vieron la necesidad de crear periódicos afines. Así, el 8 de junio de 1977 veía la luz Deia, diario promovido por el PNV, y el 29 de septiembre del mismo año lo hacía Egin, vinculado a la izquierda radical y muy próximo ETA.

Ambos introdujeron en el panorama periodístico vasco no sólo las ideas nacionalistas, sino una nueva forma de trabajar alejada de las rutinas que arrastraban sus competidores desde hacía décadas. A diferencia de éstos, su actitud era activa: promovían noticias, daban prioridad a la interpretación en detrimento de la simple narración factual de los hechos, no abusaban de las agencias y buscaban nuevas fuentes. Otorgaron una especial relevancia a las informaciones sobre la política vasca, y dieron voz a los sectores nacionalistas radicales, hasta ese momento prácticamente ausentes en la prensa.

En pocos meses, Deia y Egin se hicieron con el favor del público, lo que provocó un descenso en las tiradas del resto de los periódicos. Éstos se vieron en la obligación de adaptarse a los nuevos tiempos, algo que sólo unos pocos consiguieron. En la actualidad, únicamente sobreviven dos de los siete que se publicaban entonces. Por su parte, Deia ha ido perdiendo lectores, y Egin fue cerrado por decisión judicial en 1998, demostrada su vinculación con ETA.

La postura de Deia y Egin ante la transición, y su nueva forma de hacer periodismo, puede ilustrarse con la cobertura del primer gran acontecimiento político vivido por ambos diarios: el referéndum constitucional.

De las informaciones publicadas por Deia se deducen dos de las principales señas de identidad del periódico. Su carácter nacionalista, ya que la cobertura estuvo muy centrada en el ámbito vasco y en las consecuencias que los resultados podrían tener sobre la futura autonomía. Y sus vinculaciones con el PNV, pues resaltó la elevada abstención registrada en la región que había sido propugnada por ese partido. Así, por ejemplo, el titular de portada del día 7 de diciembre fue: “…Y Euzkadi se abstuvo”35. Además, el diario prestó una notable atención a la izquierda nacionalista radical contraria a la Constitución, justificada por dos motivos. El primero, por solidaridad con quienes habían sido silenciados en la época anterior. Y el segundo, por la propia naturaleza de estos grupos, muy dinámicos, con una gran actividad propagandística, una enorme capacidad de movilización popular y que, además, supieron utilizar muy bien los medios de comunicación como plataforma para hacer público su pensamiento.

En Deia predominaba una actitud victimista, similar a la adoptada por el PNV en los debates constitucionales, y un tono agresivo que, en ocasiones, se convertía en amenazante, como se comprueba en los siguientes ejemplos: “Los parlamentarios vascos fueron reducidos al silencio, y ahora el pueblo vasco, masivamente, les ha acompañado en el silencio. (...) Y un pueblo en silencio rabioso, dolorido, frustrado... es un pueblo peligroso. (...) El pueblo vasco perdona, pero no olvida”36. Un estilo menos violento tenían las noticias, que en su mayoría procedían de la redacción. Deia realizó un periodismo de declaraciones cuando informaba de los partidos. Sin embargo, cuando hablaba del pueblo, al que prestó casi tanto interés como a los políticos, fue menos aséptico y más valorativo.

Egin se mostró más crítico. Su cobertura dio prioridad a las actividades protagonizadas por la izquierda nacionalista radical. El diario tendió a silenciar a los partidarios del “sí”, e interpretó los resultados del referéndum como un triunfo del “no” en el País Vasco y de la abstención en el resto del Estado –palabra empleada para evitar otras como España, país o nación –. Por ejemplo, el titular de primera página del 7 de diciembre rezaba: “Fuerte rechazo a la Constitución. En el Estado, el abstencionismo, 34%, superaba las previsiones  del Gobierno y los partidos mayoritarios”37.

Pero lo verdaderamente importante para Egin no era la victoria del voto negativo, sino las consecuencias políticas que podían derivarse para el País Vasco. En su opinión, el rechazo del pueblo vasco a la Constitución debería tener como consecuencia un Estatuto de Autonomía cuyos límites estuvieran más allá de esa Constitución con la que no estaban de acuerdo. Es decir, aspiraban a la consecución de una autonomía que les permitiera dar, después, el paso definitivo hacia  la independencia. Criticó el consenso constitucional porque se había “realizado al margen de la población”; la campaña publicitaria del referéndum por sus reminiscencias franquistas”38,  y porque los partidarios del voto negativo no tuvieron acceso a la televisión; y el “exceso de  vigilancia policial”39 el día de la votación.

Egin empleó un tono agresivo y un lenguaje coloquial. No publicó ni un solo artículo de opinión sobre el referéndum constitucional, y lavaloración editorial del periódico se hizo esperar hasta el 10 de diciembre. Ninguna novedad acerca de Egin puede extraerse de este escrito titulado “Reflexión tras el rechazo”, que reafirmaba lo descrito.

A modo de conclusión

La prensa tuvo un destacado protagonismo en la transición española a la democracia. Como actor colectivo, colaboró de forma decisiva con el poder político a favor de una reforma pacífica del sistema. Este apoyo no fue fruto de un pacto explícito. La prensa, tomada en su conjunto, y salvo las excepciones mencionadas, mantuvo un discurso más o menos compartido acerca del principal objetivo del cambio político: un sistema democrático que garantizase el ejercicio de las libertades públicas.

Como ha podido comprobarse a lo largo del artículo, el consenso básico se aplicó de forma heterogénea. Las diferentes tradiciones históricas de los diarios influyeron en sus respectivos discursos. Los nuevos periódicos, sin las cargas del colaboracionismo con el franquismo, fueron más audaces, agresivos e incisivos en sus demandas democráticas. Los viejos diarios, como ABC o La Vanguardia, se mostraron más cautelosos y respetuosos con el pasado, colaborando así a que el proceso no se acelerase de forma imprudente. Unos y otros impulsaron los valores democráticos más importantes, la reconciliación y la concordia entre españoles. Con espíritu pragmático, se quería superar el mito de las dos Españas enfrentadas y evitar a toda costa repetir los errores del pasado.

Esta labor de consenso no fue fácil ni unánime. Desde la extrema derecha y el nacionalismo vasco, a través también de sus órganos de prensa, se intentó desestabilizar el proceso de transición y dificultar los avances democráticos. Con todo, la prensa española captó y animó el sentir mayoritario de la sociedad por un cambio político profundo y real pero sin violencia ni radicalismos. En este sentido, el actor colectivo de la prensa resultó un apoyo y un colaborador de la acción de Gobierno y del propio rey Juan Carlos en la democratización del país.


4 En uno de sus párrafos decía: “Quienes han puesto en marcha esta maquinación son los enemigos de todos, son los enemigos del pueblo español. Su designio es patente: tratan de impedir que se establezcan las fórmulas civiles de convivencia libre y ordenada a que los españoles tienen derecho. Ante este reto, todas las fuerzas políticas y sociales están obligadas a hacer un frente común y, dejando a un lado sus diferencias, proclamar su decisión de continuar hasta el final el camino hacia la democracia a través de unas elecciones libres”. Todos los periódicos, 29.I.1977.

5 El País, 4 de mayo de 1976, p. 8.

6 Diario 16, 18 de octubre de 1976, p. 4.

7 Cfr. El País, 19 de noviembre de 1976, p. 9.

8 Cfr. Diario 16, 19 de noviembre de 1976, p. 4.

9 Cfr. El País, 16 de diciembre de 1976, p. 8

10 Diario 16, 17 de diciembre de 1976, p. 4.

11 El País, 12 de junio de 1977, p. 8.

12 El País, 14 de junio de 1977, p. 8.

13 Cfr. Diario 16, 13 de junio de 1977, p. 4.

14 Diario 16, 16 de junio de 1977, p. 4.

15 Cfr. Diario 16, 7 y 8 de de 1978, p. 4.

16 Cfr. El País, 7 de diciembre de 1978, p. 8.

17 ABC, 1 de febrero de 1977, p. 5.

18 ABC, 10 de abril de 1977, p. 5.

19 ABC, 17 de abril de 1977, p. 5.

20 ABC, 21 de abril de 1977, p. 4.

21 ABC, 8 de diciembre de 1978, p. 5.

22 Por ejemplo, el día posterior a la muerte de Franco, La Vanguardia publicó una fotografía de una audiencia concedida por Franco a Carlos Godó, que incluía un artículo escrito por el propietario del periódico bajo el título “Una obra extraordinaria que ha cambiado radicalmente a España”. En él, de una forma sencilla y sincera, daba fe de su profunda gratitud personal hacia Franco. La Vanguardia, 21 de noviembre de 1975, p. 8.

23 “Don Juan Carlos de Borbón, Rey de todos los españoles”, La Vanguardia, 23 de noviembre de 1975, p. 1.

24 Cfr. “Un gobierno gestor”, La Vanguardia, 6 de junio de 1976, p. 3.

25 “El futuro ha comenzado”, La Vanguardia, 16 de diciembre de 1976, p. 11.

26 “Mantenimiento de la imparcialidad de La Vanguardia”, La Vanguardia, 22 de mayo de 1977, p. 9.

27 Cfr. “Hora cero”, La Vanguardia, 14 de junio de 1977, p. 7.

28 “El 11 de septiembre de la esperanza”, La Vanguardia, 11 de noviembre de 1977, p. 1.

29 “Un papel digno” (editorial), La Vanguardia, 11 de noviembre de 1977, p. 7.

30 “De todos y para todos”, La Vanguardia, 1 de noviembre de 1978, p. 7.

31 “Victoria pírrica”, El Alcázar, 16 de diciembre de 1976, p. 1.

32 El Alcázar, 11 de abril de 1977, p. 1.

33 El Alcázar, 30 de noviembre de 1977, p. 1.

34 El Alcázar, 7 de diciembre de 1978, pp. 1 y 12-13.

35 Deia, 7 de diciembre de 1978, p. 1. Euzkadi significa País Vasco en euskera o vascuence, la lengua de la región.

36 Deia, 8 de diciembre de 1978, p. 21.

37 Egin, 7 de diciembre de 1978, p. 1.

38 Egin, 8 de diciembre de 1978, p. 11.

39 Egin, 7 de diciembre de 1978, p. 4.


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