El potencial cultural y político de Internet
Recibido: 17/04/2008
Aprobado: 16/06/2008
Javier del Rey Morató1
1 Doctor en Ciencias de la Información. Profesor de Comunicación Política y de Teoría General de la Información. Departamento de Periodismo III, Facultad de Ciencias de la Información, Universidad Complutense de Madrid, España. javierey@ccinf.ucm.es
Resumen
Cuando una tecnología irrumpe en el ámbito de una cultura no se limita a cumplir las tareas obvias asociadas a su función: modifi ca la realidad del usuario, y al usuario también. Ciberespacio, cultura y sociedad son palabras que suponen una interpelación, ante la que los académicos tenemos que generar respuestas que nos permitan comprender su realidad, y explicarla a nuestros lectores.
Palabras clave: Internet, estructura social, cambio cultural, red informática, sociedad contemporánea, política. (Fuente: Tesauro de la UNESCO).
The Cultural and Political Potential of the Internet
Abstract
When a particular form of technology materializes in the
environs of a culture, it accomplishes far more than the
obvious tasks associated with its function. It modifies the
user’s world as well as the user. Cyberspace, culture and
society are words that raise questions academics are called
on to answer in a way that enables us to understand
the reality of cyberspace and to explain it to our readers.
Key words: Internet, social structure, cultural change, information technology network, contemporary society, politics.
Una tecnología es a un medio lo que el cerebro es a la mente. Como el cerebro, una tecnología es un aparato físico. Como la mente, un medio es la utilización que se hace de un aparato físico. Una tecnología se convierte en un medio cuando emplea un código simbólico particular, cuando descubre su lugar en un ámbito social específico, cuando se insinúa en contextos económicos y políticos. En otras palabras, la tecnología es sólo una máquina. Un medio es el entorno social e intelectual que una máquina crea.
Neil Postman
Introducción: la tecnología y la cultura en una sociedad de
internautas
En plena Guerra Fría –corrían los años sesenta–,
el Departamento de Defensa de los Estados
Unidos se vio ante la necesidad de blindarse
contra la posibilidad de que la Unión de Repúblicas
Socialistas Soviéticas (URSS) interfiriera
las comunicaciones norteamericanas, en caso de
que estallara una guerra nuclear. Y se le ocurrió
la idea de construir una arquitectura de red compuesta
por miles de redes informáticas autónomas,
que no pudiera ser controlada desde ningún
centro. La primera red, llamada Arpanet, contaba
con la colaboración de científicos de Gran
Bretaña y de Noruega, y su origen se remonta a
los años sesenta. Algunos años más tarde –en el
verano de 1991–, Tim Berners-Lee, físico británico,
publicó su código del World Wide Web. Y
cuando el subcomandante Marcos se comunicó
con el mundo desde la selva Lacandona, no utilizó
la máquina de escribir para redactar sus comunicados,
ni tampoco la radio ni la televisión:
usó la red (Castells, 1996, p. 33).
En nuestros días, cada vez son más los ciudadanos
que se han familiarizado con el nuevo léxico
internáutico, y que navegan por las http:// y por
las www. Actualmente hay 4.300 millones de
direcciones, y en 2008 el desafío es dar cabida
en las direcciones web al chino, al coreano,
al cirílico, y a las 22 lenguas ofi ciales de India
(Alandete, 2008, p. 4). Y los teléfonos móviles
tienen mucho que decir en el futuro de Internet.
Frente a los mass media, Internet representa la interactividad, la participación, la creatividad, la asociación, la posibilidad de crear contenidos, y compartirlos con otras personas en ausencia, internautas que tienen en común ese punto de encuentro que es una web.
Es sabido que toda tecnología que irrumpe en el seno de una cultura está destinada a generar algunos cambios en la cultura que la produce, como los han generado la electricidad, la radio, la energía nuclear, el automóvil, la televisión, la píldora anticonceptiva, el teléfono móvil, la aviación o la conquista del espacio.
Y siempre que en el seno de una cultura ha
irrumpido una nueva tecnología, se ha producido
un nuevo equilibrio entre las instituciones.
Cuando irrumpió la imprenta de tipos móviles
de Gutenberg, en 1450, el primer producto
cultural salido de ella fue la Biblia: la antigua
institución controló la nueva tecnología. Cinco
siglos después, las nuevas tecnologías –la radio,
la televisión, Internet–, han construido un nuevo espacio público: en ellas se produce la amplificación de la comunicación, en ellas se produce
el poder, en ellas se produce también la crítica
del poder (Rey Morató, 2007, p. 302).
Metodología
Nuestro punto de partida es la reflexión sobre
las complejas relaciones entre sociedad, cultura,
la tecnología generada por esa sociedad, y
la cultura resultante de esa interacción entre los
tres términos. Las llamadas tecnologías de la
información están produciendo una revolución
que está cambiando nuestros comportamientos,
alterando en más de un sentido nuestras sociedades,
y que acaso acabe incidiendo de manera
relevante en nuestras democracias.
La irrupción de Internet en el espacio público y
en el privado nos aboca a vivir un cambio cualitativo de consecuencias difíciles de prever, y
parece razonable que muchos investigadores
nos preguntemos por su alcance y por sus consecuencias.
La relación que una sociedad mantiene
con las técnicas que irrumpen depende del
grado de complejidad que éstas adquieren, y que
guarda relación con la mayor o menor autonomía
que las susodichas técnicas tengan en relación
con la cultura en la que actúan. La convergencia
de la evolución social y las tecnologías de la
información ha creado una nueva base material
para la realización de actividades por toda la estructura
social. Y esa base material, compuesta
por redes, marca los procesos sociales dominantes,
con lo cual organiza la misma estructura social
(Castells, 1996, p. 707).
En un mundo de fl ujos globales de riqueza, poder
e imágenes, la búsqueda de la identidad –colectiva
o individual, atribuida o construida–, se
convierte en la fuente fundamental del significado
social. Es frecuente que la gente organice su
significado, no en torno a lo que hace, sino por
lo que es o cree ser (Castells, 1996, p. 29), y acaso
la red influye en lo que el internauta es o cree
ser, aunque esa influencia sea todavía una hipótesis
que asoma en el horizonte de lo social.
En noviembre de 2004, un internauta norteamericano
compró un candado “indestructible” de la
marca “Kriptonite”, filmó que podía desarmarlo
con un bolígrafo, y colocó el video en su blog.
Tres días después, The Wall Strett Journal publicó
la noticia, y Kriptonite tuvo que reemplazar
todos los candados del mercado. Esa realidad
que irrumpe en el comercio algún día constituirá,
probablemente, la imagen que caracterice y
diferencia a una democracia evolucionada de las
democracias rutinarias y precarias de nuestros
días: la infl uencia de Internet en la cantidad y
la calidad de la democracia es la gran esperanza
de nuestros días, y muchos esperamos que esa
esperanza no se vea defraudada.
Internet, una tecnología y un medio
Para comprender lo que significa Internet en la
sociedad contemporánea, en su sistema político
y en su cultura, parece aconsejable recordar lo
que pasó con la televisión. Cuando surgió, en la
década de los cincuenta del siglo pasado, tomó
posesión del espacio público y del privado, generó
una nueva realidad, y también un nuevo
equilibrio ecológico en la comunicación social,
en el que los medios de comunicación anteriores
fueron reestructurados y reorganizados en un
sistema diferente, inédito en la historia.
Cuarenta años después, Neil Postman se preguntaba
qué es la televisión, qué clase de conversación
permite, qué tendencias culturales favorece,
y qué tipo de cultura produce (1991, p.
88), preguntas que son auténticas categorías con
las que podemos interpelar a la red.
En los años noventa del pasado siglo aparece
Internet, y en torno a la red se va constituyendo
una sociedad interactiva (Castells, 1996, p. 390-
391), y una nueva cultura de la comunicación.
Cuando pensaba en la televisión, Postman (1991) proponía una distinción conceptual entre tecnología y medio, que nos parece útil para pensar en esa nueva realidad que llamamos Internet. Postman escribía:
Una tecnología es a un medio lo que el cerebro es a la mente. Como el cerebro, una tecnología es un aparato físico. Como la mente, un medio es la utilización que se hace de un aparato físico. Una tecnología se convierte en un medio cuando emplea un código simbólico particular, cuando descubre su lugar en un ámbito social específico, cuando se insinúa en contextos económicos y políticos. En otras palabras, la tecnología es sólo una máquina. Un medio es el entorno social e intelectual que una máquina crea (p. 88).
Acaso la misión de la posmodernidad mediática e internáutica es la conversión de la antropología en un departamento de la mediología: si el hombre construye la técnica, la técnica construye al hombre, y la tecnología internáutica construye al hombre que se relaciona con ella. Tal vez quepa hablar de antropomediología, porque la revolución tecnológica impulsada por nuestra cultura genera una cultura bien distinta de la que inició la aventura de la técnica.
Una antropomediología parte del supuesto de
que los medios son algo más que tecnologías:
son códigos y lenguajes, entornos sociales e intelectuales,
que no existirían sin la revolución tecnológica
al servicio de las múltiples formas de
comunicación que conoce la sociedad moderna.
Herramientas, tecnocracias,
tecnópolis y cibersociedades
Postman clasifica las culturas en tres tipos: las que
usan herramientas, las tecnocracias y las tecnópolis.
Hasta el siglo XVII las culturas usaban herramientas,
y éstas no pretendían atacar la dignidad
ni la integridad de la cultura en la que irrumpían,
como instrumentos que mediaban entre los esfuerzos
humanos y la realidad: las herramientas
no impedía que le gente creyera en sus tradiciones,
en su Dios, en su política o en la legitimidad
de su organización social. En realidad eran
las creencias las que dirigían la invención de las
herramientas, al tiempo que limitaban los usos
que les eran asignados. En una cultura de herramientas,éstas no son intrusos ni agresores: son
recursos auxiliares para optimizar el trabajo.
En una cultura que utiliza herramientas, la tecnología
no es vista como algo autónomo, sino
que está sometida a la jurisdicción del sistema
religioso o social. En una tecnocracia, en cambio,
las herramientas desempeñan una función
central en la imagen del mundo de la cultura que
las produce. Los mundos social y simbólico se
someten cada vez más a las exigencias de su desarrollo.
Las herramientas no están integradas
a la cultura: la atacan, y pujan para convertirse
ellas mismas en la cultura.
En la tecnópolis desaparece la tradición, porque,
aunque siga ahí, se vuelve invisible. La tecnópolis
redefine lo que se entiende por religión,
por arte, por familia, por política, por historia
y por verdad, para que las defi niciones sociales
se adapten a sus exigencias. Tecnópolis es una
tecnocracia totalitaria (Postman, 1994, pp. 36-
38), y ninguna de sus manifestaciones escapa a
su capacidad de redefi nir lo preexistente.
El autor dice que la única tecnópolis es Estados
Unidos, pero escribió estas líneas en los
años noventa, y podemos pensar que hoy somos
muchas las sociedades que vivimos en una tecnópolis. Internet es la sede de la tecnópolis, el
soporte tecnológico que reúne, potencia y hace
interactuar tecnologías preexistentes, el medio
multimedia que genera el entorno social e intelectual
de la ciberdemocr@cia. Esas tecnópolis
conocieron a finales del siglo pasado un cambio
tecnológico y cultural cualitativo: la irrupción
de Internet, convirtiéndose en cibersociedades.
Las categorías para comprender Internet
Las preguntas con las que podemos interpelar a la red, para ponernos en situación de pensar en su relevancia cultural, son las siguientes: qué es Internet; qué clase de conversación permite; qué tendencias culturales favorece; qué tipo de cultura produce.
¿Qué es Internet?
Desde el punto de vista tecnológico, Internet es
un soporte informático que amplifica, potencia
y hace interactuar tecnologías preexistentes. Es
un conjunto de redes de ordenadores conectados
por cables que enlazan puntos de todo el mundo.
Sus fundamentos son parecidos a los de la
red telefónica, pero sus contenidos son propios
de una red multimedia: fax, teléfono, radio, televisión,
imágenes de satélites o webcam. Su
infraestructura es pública –de gobiernos, organismos
y universidades– y privada, gestionada
por empresas de servicios de la red, o por empresas
que publican contenidos. El protocolo
de transmisión TCP/IP asigna a cada ordenador
que se conecta un número –el IP–, que es como
un número de teléfono, y sirve para conectar dos
puntos remotos.
Internet es una red, y una red es un conjunto de
nodos interconectados (Castell, 1996, p. 506).
Y, como las redes son abiertas, una estructura
social atravesada por redes constituye un sistema
dinámico, susceptible de innovarse sin poner en riesgo su homeostasis. La convergencia de la
evolución social y las tecnologías de la información
ha creado una nueva base material para
la realización de actividades por toda la estructura
social. Y esa base material, compuesta por
redes, marca los procesos sociales dominantes,
con lo cual organiza la misma estructura social
(Castells, 1996, p. 707).
Desde el punto de vista mediológico, Internet es un medio en el que están todos los medios, que tiene su propio entorno, su propia resonancia social, su propio lenguaje, una situación de recepción diferenciada, y una posibilidad de participar que convierte al internauta en algo más que una terminal: él también es la red, y puede ingresar en el circuito de mensajes y conversaciones que ésta mantiene de océano a océano, a través de millones de ordenadores.
Internet es un medio mestizo, un multimedia, un
soporte informático sofi sticado en el que se reúnen
medios preexistentes con nuevas formas de transmisión
de la información: la imprenta y la prensa,
la fotografía y la televisión, la radio y el video, la
novela y la película, interactuando en la pantalla
del ordenador o en la pantalla de la televisión, no
necesariamente ligadas a contextos de recepción
fijos, pues el ordenador portátil permite contextos
de recepción múltiples: la playa, la montaña, la
selva, el desierto, el tren o un barco.
Por eso es difícil abordar este nuevo medio en
el que están todos los medios, antiguos y modernos,
y acuñar enunciados que expliquen unacomplejidad novedosa, cuyas primeras manifestaciones
empezamos a comprender, pero cuya
influencia política y social todavía desconocemos.
Es un soporte en el que se encuentran los mass media con medios y formas de comunicación
interpersonal: el teléfono y el chat.
Si cada medio genera su lenguaje, el medio que
es todos los medios genera múltiples lenguajes,
estéticos y semánticos, múltiples formas de comunicar o de compartir experiencias y contenidos,
y un equilibrio ecológico distinto en el
uso del tiempo de ocio: la televisión encuentra,
por fin, un competidor, y ese competidor conquista
nuevas posiciones conforme se amplía el
número de ciudadanos que tiene acceso a la red.
Toda tecnología, al igual que el cerebro, conlleva
una tendencia intrínseca, una predisposición,
cada una tiene su agenda propia, y si la
imprenta tenía una clara predisposición de ser
empleada como medio lingüístico –y no para la
reproducción de imágenes–, la televisión tiene
una predisposición como tecnología de la imagen.
Internet tiene una tendencia intrínseca, una
predisposición y una agenda propia, que es la
de un medio mestizo, suma de los medios anteriores,
más la originalidad de ser soporte para
todos ellos, y vehículo para los mensajes que
son típicos de cada uno de ellos.
¿Qué clase de conversación permite?
Internet permite la conversación que el internauta
solitario mantiene con contenidos de todo tipo,
una conversación que consiente el desplazamiento
de unas formas de comunicación a otras –la
radio, la televisión, la prensa–, más esa otra conversación
que concede el chat.
Internet promueve una conversación del sujeto
con el mundo, convertido en un inmenso escaparate
de posibilidades, y en un gerundio en el
que se produce la actualidad próxima y lejana,
a cuyo servicio están todos los periódicos del
mundo, con sus ediciones online. La conversación
que impulsa es también la del internauta
con una interminable lista de artículos sobre los
temas más diversos, y la conversación con los libros
de todos los tiempos, y también con las últimas
novedades que se han publicado.
Instalado en su despacho, frente a la pantalla
de su ordenador, el internauta –que no el receptor–
tiene a mano el ratón que le abre todas las
puertas hasta hace poco tiempo cerradas, y puede
asomarse a las innumerables ventanas que le dan
acceso a mundos hasta hace poco inimaginables.
Eso que no le permitían ni la televisión, ni la radio
ni la prensa, resulta que ahora es posible: el
internauta, ese conversador solitario, está acompañado
por una población invisible, un número
incierto de internautas, protagonistas de una conversación
en ausencia, que acaso está generando
una nueva realidad social, cultural y política.
Una de esas ventanas le propone una conversación
con Dios, o, al menos, con alguna de las
confesiones religiosas que hablan en su nombre:
el reverendo Craig Groeschel, fundador de Life-
Church, mantiene un sitio web para que la gente
abra su alma y se confiese de manera anónima
(The New York Times, 18/09/2006). Y también el Vaticano es hoy –además de una sede instalada
en el mapa de Roma, y un conjunto de edificios
prestigiosos–, una web en Internet, al que acuden
el investigador y el creyente, en busca de
una relación distinta con la sede de Pedro.
¿Qué tendencias culturales favorece?
Internet reúne las condiciones para impulsar
una tendencia cultural dinámica, interactiva, en
la que el sujeto participa a la vez que la hace
suya. En la red están la pornografía y la religión,
la pederastia y la oración, la empresa y el internauta
insociable, el periódico y el video, la
biografía de los grandes hombres y la respetable
crónica de hombres pequeños, la publicidad y la
venta de productos, la música y las bibliotecas,
la soledad y la compañía, el sexo y la cultura, el
comercio y la estafa, el interlocutor invisible y
el ligue. Y, como acontece con la televisión, es
en la formación del ciudadano, en sus expectativas y en sus necesidades, donde se decide qué
se usará de la inmensa oferta de servicios que
representa Internet.
Podríamos añadir que Internet favorece una tendencia
cultural que pone al individuo –aislado–,
en relación con la oferta cultural, informativa y
de entretenimiento accesible desde la red, con
una diferencia en relación con un universo cuyo
centro era la televisión: él actúa, interactúa, participa,
no es una mera terminal pasiva, sino una
parte activa de la red, en la que emigra de un sitio a otro, de una web a otra, hace uso de medios
que están en la red –periódicos, radios, televisión–,
habla –por teléfono, o en un chat– publica
sus confidencias, liga, baja películas, música,
videos, trae a la pantalla textos de antiguos o
nuevos libros, abandona su contexto de origen e
ingresa en la intimidad de otras sociedades, escruta
sus periódicos, conoce el discurso de sus
líderes, regresa a casa...
Podemos decir que la tendencia de la red es convertir al internauta en un cosmopolita, en un cosmonauta: su nave es su despacho; sus mandos son el ratón deslizándose por la pantalla y el clic que le permite navegar desde una web de su pueblo en Kinshasa a una web de California, y de ésta a otra de la Patagonia, de Pekín o de Katmandú.
La tendencia cultural que impulsa es icónica y abstracta, activa y no pasiva, mestiza de géneros y de formas de comunicación anteriores, siendo lo probable que se confirme una tendencia especialmente favorecida: la de la industria del entretenimiento y de la evasión.
Afirma Eco que Internet ha restablecido la primacía
de lo escrito, y que el internauta es un
hombre de la galaxia de Gutenberg: después de
Marconi y el telégrafo sin cable, con Internet hemos
vuelto a la transmisión por cable telefónico
(Eco, 2006).
Y añade algo que no se puede obviar: Internet
nos dice todo, pone a nuestra disposición un repertorio
inabarcable de páginas web y de contenidos
diversos, sin decirnos si tal o cual información
es fiable, razón por la cual una tarea nos
urge: educar al internauta para la navegación.
De lo contrario, el progreso tecnológico que supone
la red podría conducirnos a una regresión
cultural. En nuestro tiempo, una educación para
la e-ciudadanía, en sus aspectos culturales y políticos,
nos parece una tarea urgente.
¿Qué tipo de cultura produce?
No podemos hablar de una nueva cultura, en
el sentido tradicional de un sistema de valores,
porque la multiplicidad de sujetos que hay en la
red, y su diversidad, rechazan “una cultura de
redes” homogénea. Pero sí podemos decir que
Internet instaura la autonomía de la cultura frente
a las bases materiales de nuestra existencia
(Castells, 1996, p. 514), y crea una cultura que
es a un tiempo de lo eterno y de lo efímero: lo
primero, porque alcanza a toda la secuencia de
las expresiones culturales; lo segundo, porque
cada disposición depende del contexto y objetivo
por los que se solicita una construcción cultural
determinada. Y no estamos en una cultura
de la circularidad, sino en un universo de expresiones
culturales de temporalidad indiferenciada
(p. 497), no en un circuito cerrado, sino en una
suerte de aleph borgeano, “el lugar donde están,
sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos
desde todos los ángulos” (Borges, 1975, p.
166), “el inconcebible universo” (p. 171).
Además, asienta un código cultural común en
su funcionamiento, formado por muchos valores,
muchos proyectos, que cruzan las mentes e
informan las estrategias de sus participantes. Es
una cultura, pero una cultura de lo efímero, un
mosaico de experiencias e intereses, una cultura
multifacética y virtual (Castells, 1996, p. 227),
pero no fantasiosa, sino real, porque infl uye en
la economía, en el mapa cognitivo de los ciudadanos,
en el periodismo, en la producción cultural,
en el tiempo de ocio y en la comunicación
política desplegada por gobiernos, partidos y
candidatos.
Pero puesto que “las culturas están hechas de
procesos de comunicación” (Castells, 1996, p.
405), alguna nueva cultura se está gestando en
nuestro sofi sticado entorno tecnológico. Castells
habla de las transacciones económicas, y habla
de “casino electrónico” (p. 469), expresión que
sirve para referirnos a los juegos de lenguaje de
los políticos en la red. En ese casino electrónico
la ruleta no cierra nunca: los juegos de los políticos
se producen continuamente, las palabras
caen sobre el tablero electrónico, circulan por la
red, en un nuevo contexto mediático en el que
antiguos medios interactúan con el nuevo soporte
técnico que llamamos Internet.
En principio y en teoría, podemos decir que Internet produce una cultura que es la cultura preexistente, impulsada por este novedoso soporte técnico, y una cultura propia, novedosa, en la que el usuario participa activamente, porque no es una mera terminal, no es un sujeto o receptor pasivo, no es el receptor de la aguja hipodérmica, ni su actividad se limita a manejar el mando a distancia, como en la era de la televisión: el usuario forma parte de la cultura que recibe.
Y no está claro hasta qué punto las mediaciones que actúan en las situaciones de recepción de otros medios actúan con la misma intensidad en la interfaz Internet-individuo: acaso la búsqueda personal de webs, el chat y el correo electrónico instauran nuevos grupos que alejan al individuo de las agrupaciones primarias para ingresar en grupos electrónicos, dispersos en el espacio y asociados en el espacio virtual de la red. Un caso práctico de esa cultura activa –interactiva– es Wikipedia, la enciclopedia internáutica cuyos artículos sobre los temas más diversos son redactados por usuarios de la red, y pueden ser ampliados y corregidos por otros usuarios, en una acumulación activa –interactiva– que constituye una auténtica novedad.
Otro caso, más próximo a nuestros intereses,
es el de la participación en el debate de la democracia –convertida ahora en ciberdemocr@cia–, participación de la que podemos esperar
una mayor democratización de nuestras actuales
democracias, y acaso un cambio cualitativo en
la manera de renovarse el poder –las campañas
electorales–, y también en su ejercicio. Hablamos
de un medio multimedia capaz de impulsar
la cultura cívica –la cultura que conviene a la
democracia–, con la creación y la gradual expansión
de un minipopulus informado y activo.
Internet impulsa una cultura dinámica, al poner
en relación contenidos que están en soportes físicos
lejanos, mediante el hipertexo, que permite
hacer un clic en una palabra para llegar a una
página distinta.
La popularización de los weblog constituye una
novedad, sea para hacer públicas las confidencias
que cada uno quiera, sea para amplificar el
debate político de la democracia, con la generación
de un minipopulus activo y dinámico.
Internet y la cultura política
No es una novedad afirmar que Internet incide en la política, y un ejemplo de ello lo constituyen las últimas campañas electorales –en Estados Unidos, en España–, en las que partidos y candidatos se han presentado en la red, con su web, en la que ya no se limitan a hacer lo que veíamos en los primeros ensayos de campaña electoral internáutica: las web de los candidatos ya no son boletines electrónicos, ni ventanas más o menos atractivas en las que se anuncian discursos y comparecencias del candidato, sino que han aumentado la interactividad, lo cual es tanto como decir que permiten al usuario moverse con agilidad, dejar mensajes para el candidato, o hacer la crítica de sus actuaciones o de sus propuestas políticas.
Y cada vez son más los electores que navegan
por la red, asumen su rol de internautas, y ni se
arrugan ni se sorprenden ante el nuevo léxico
generado por la actividad en la red: hablan con
naturalidad de blogósfera, páginas web, correo
electrónico, grupos de noticias, boletines electrónicos,
foros de discusión, sondeos, actividades
electorales para recolectar fondos, y hasta“hackers”.
Un nuevo desafío para la política
Una aproximación a la relación entre Internet,
comunicación y cultura política nos lleva a recordar
el punto de partida de Luhmann (1981, p.
1): la comunicación es uno de los ejes centrales
de la sociedad contemporánea, una sociedad que
está compuesta de comunicaciones, más que de
seres humanos.
Y también la propuesta de Lyotard (1984): para
comprender las relaciones sociales no necesitamos
sólo una teoría de la comunicación, sino una
teoría de los juegos que incluya en sus supuestos
a la agonística. En la democracia la agonística
supone considerar que el lazo social está hecho
de jugadas de lenguaje. De ahí que digamos
que la comunicación política tiene dos dimensiones:
horizontal y vertical. En cada una de
ellas se produce una relación: la agonística y el lazo social (Rey Morató, 2007, pp. 63-65, y 87-
104). La primera establece la relación que existe
entre las elites políticas, en tanto que la segunda
remite a la relación que existe entre las elites y
el demos. Y, al menos esta última, parece estar
a punto de conocer una mutación derivada de la
irrupción de Internet en el espacio privado de
millones de internautas. Porque el lazo social
siempre ha sido una condición subsidiaria de
los recursos técnicos a disposición de la sociedad,
y esos recursos técnicos han conocido un
cambio cualitativo y cuantitativo notable desde
que la red está con nosotros.
Por eso decimos que, cuando analizamos la novedad
de Internet, estudiamos el desafío que supone
para la política, y también el desafío que
representa para los medios de comunicación
tradicionales, que también están en la red. Los
medios de comunicación –radio, prensa, televisión–,
se enfrentan a fórmulas de comunicación
que ya no controlan, y hay motivos para pensar
que el futuro de la televisión generalista está en
entredicho. Pero Internet supone también un desafío
para la nueva ciudadanía de la democracia,
cuya participación en el debate público pasa
ahora por la red.
De la poliarquía a la democracia
Y es que, aunque insistimos en seguir llamando “democracia” al sistema político en el que vivimos,
sabemos que se trata de una sofisticada poliarquía (Dahl, 1974, p. 18) en la que tanto
la representación como la participación están en
crisis. A la conocida crisis de la representación
se le añade una crisis de la participación, que
tiene una vertiente objetiva y otra subjetiva: la
objetiva tiene que ver con el origen y con la naturaleza
de la moderna democracia, que no se
defi ne como un sistema participativo, sino representativo;
la subjetiva tiene que ver con la
conciencia creciente de que, ante las posibilidades
inéditas de la moderna tecnología –que son
posibilidades de actuación sobre la cultura, y
también sobre la política–, la democracia se ha
quedado terriblemente rezagada.
Ahora que tenemos a nuestra disposición herramientas
para impulsar una participación efectiva,
seguimos utilizando las herramientas de hoy
con la mentalidad y con las rutinas de ayer.
Por eso debemos mantener una actitud vigilante
y esperanzadora ante la posible evolución de la
red, que no será solamente diversión y evasión
–aunque este fenómeno será mayoritario–, sino
también implicación y participación que, dentro
de no muchos años, tendrán su impacto en el sistema
institucional.
La verdad es que todavía no tenemos muy claro
si Internet conseguirá impulsar formas novedosas
de comportamientos ciudadanos capaces de
democratizar nuestras defi cientes democracias,
o si el sistema político –que tiende a blindarse–
conseguirá mantener el control sobre la nueva
tecnología.
Como decíamos en un reciente libro sobre esta cuestión (Rey Morató, 2007), no sabemos si los internautas serán ciudadanos activos y participarán en el nuevo espacio público, si comentarán el acontecer, y querrán infl uir en él, discutir (Serfaty, 2002), o si se reproducirán las mismas formas de control político a domicilio.
Pero lo que sí sabemos es lo que la red pone
a nuestra disposición, lo que ella hace posible,
impensable hace sólo unos años: la comunicación
descentralizada, que al mismo tiempo encierra
un potencial centralizador, pues son pocos
los sitios de la red que concentran contenidos
e internautas, como Google, CNN, Amazon y
Yahoo. Ese conjunto de sofisticadas tecnologías
que han generado un universo cultural nuevo,
permiten que grupos diferenciados puedan difundir
su mensaje hacia grupos más numerosos,
y que –con el tiempo–, esa práctica de participación
y de inclusión pueda dar lugar a formas
inéditas de e-democracia a través de la red, con
una posibilidad real de incidir en la práctica de
la gobernación, y de impulsar una responsabilidad
real de los políticos ante sus electores, que
es otro de los asuntos pendientes de la moderna
democracia.
Si se confirmara lo que decimos, podemos afirmar
que el fi nal del reinado de la televisión está
próximo –al menos su poder omnímodo sobre
los ciudadanos–, y que la suma de tecnologías
que han hecho posible el novedoso fenómeno de
Internet abrirán el camino hacia nuevas formas
de cultura, y hacia una cultura política que todavía
no existe, y que es la que merece y espera la
democracia de este comienzo de siglo y de milenio:
la cultura política de una sociedad que no se
limita a participar en las elecciones, sino que sigue
y vigila a los políticos a los que ha confiado
la gobernación, consciente de que la titularidad
del poder le pertenece a ella, en tanto que los
gobernantes son sólo administradores de unos
recursos públicos que no les pertenecen, servidores
del bien público, a los que hay que pedirles
responsabilidad por el ejercicio de su gestión.
Internet, ese éxtasis inquietante
En esta primera década del siglo XXI los ciudadanos
de las sociedades occidentales creemos
vivir en democracias consolidadas y autosuficientes, cuando la verdad que se impone al observador
es bien diferente: en realidad, lo que
hemos construido son sofi sticadas poliarquías,
que se han visto recientemente asaltadas por Internet,
en cuyas manos está –al menos potencialmente–,
la posibilidad de aliviar la insufi ciente
información ascendente y transversal, impulsando
la acción de ciudadanos y grupos, y creando
un minipopulus informado y activo.
Hoy es posible la creación de democracias directas. No nos hacemos demasiadas ilusiones sobre lo que harán no pocos ciudadanos con la red: muchos internautas solitarios utilizarán las herramientas de hoy con la mentalidad de ayer,y se arrojarán al espacio internáutico en busca de diversión, evasión o sexo. Porque, no nos engañemos: no hay comunidades de intelectuales y de ciudadanos comprometidos con la democracia, como no hay comunidades de atletas, de científicos, de santos o de artistas. En Internet hay sitio para todos. Nos basta, para construir democracias de mayor calidad que las actuales, un minipopulus informado, inquieto, con auténticas ganas de cambiar el estado actual de cosas, que calificamos de escandalosamente deficitario desde el punto de vista de las exigencias de una democracia de calidad.
Como decíamos en el libro citado, Internet, ese éxtasis
inquietante (Finkielkraut y Soriano, 2006),
con sus políticos online (Anderson y Cornfield,
2003), su interactividad (Shane, 2004) y sus campañas
cibernéticas (Cornfield, 2004), podrá mitigar
la crisis de participación de los ciudadanos en
la toma de decisiones políticas, poniendo las bases
para una relación dinámica e interactiva entre
políticos y ciudadanos, al margen de las rutinas
impuestas por instituciones y gobiernos.
Y es que, en el orden de la pragmática política,
ya no hay límites teóricos a la construcción de
una democracia directa, aunque, en la práctica,
sabemos que gobiernos y partidos querrán conjurar
el riesgo de perder el poder sobre candidaturas,
sobre listas cerradas, sobre las propuestas
programáticas y sobre los electores.
En el futuro imaginamos que podrán realizarse
múltiples consultas instantáneas sobre temas diversos,
o una jornada electoral en la que el ciudadano
vote desde su casa. Internet atraviesa transversalmente
nuestras sociedades, es un circuito
con centro en ninguna parte, e instaura formas de
comunicación horizontal que están todavía en la
infancia, pero que en las nuevas generaciones de
ciudadanos ya constituyen una realidad cotidiana,
sin la que no sabrían estar en la sociedad.
Cultura y política en la era de los
internautas: el rostro de Jano de Internet
Sabemos que, junto a esa realidad, hay otros ingredientes
más preocupantes: los buscadores saben
muchas cosas de nosotros (Batelle, 2006, pp.
11-32). La sociología investiga el comportamiento
de los internautas –con estudios que manejan
variables como comunidad, provincia, país, sexo,
edad, estado civil, nivel de estudios, profesión,
situación laboral, composición del hogar, ingresos
y conocimientos de informática, Internet e
idiomas–, para conseguir una segmentación de
usuarios registrada por los “clic” del ratón.
Las cookies son ficheros de texto, con datos generados
por las instrucciones que los servidores web
envían a los programas navegadores, que se guardan
en el disco duro del ordenador del usuario.
Contienen información sobre nuestras búsquedas
anteriores en sus páginas, y completan la información
del protocolo de transferencia de hipertexto
(HTTP), con la que el servidor web construye su
conocimiento sobre el usuario, a partir del historial
de sus comportamientos anteriores.
El clic del ratón y las cookies –al proporcionar al
servidor datos sobre las rutas que ha seguido el
internauta en las páginas visitadas, codificadas
en un número de identificación–, brindan una
información relevante sobre lo que hacemos con
el ratón en la pantalla de nuestro ordenador.
Si pensamos que el objetivo de las cookies es
elaborar la interfaz del usuario –menú, contenidos, opciones de diseño de la home page de una
web–, o recoger datos sobre las secciones más
visitadas de una web para facilitar la navegación,
no hay peligro ni riesgo en ellas. Si, por el
contrario, pensamos en el uso que pueda hacerse
de esa información almacenada –para construir
el perfil del usuario–, nos encontramos ante el
otro rostro de la tecnópolis, que es menos amable
de lo que nos gustaría reconocer.
Porque lo que la WorldWideWeb llama “personalización”
–principio de economía en las web
visitadas por el usuario, adaptación de la oferta
a la demanda, ahorro de tiempo en las búsquedas–,
también puede verse como “the big brother
watching you”: el sitio web “conoce” a sus
visitantes, y construye su oferta a imagen y semejanza
del internauta.
Esa información sobre el usuario será de inestimable
valor para gobiernos, empresas y partidos
políticos. Las pasarelas entre los servidores
y esos emisores permitirán ajustar el lenguaje
de unos y otros: los servidores proporcionarán
a empresas y partidos el perfil del usuario,
construido sobre la información que tienen de
sus búsquedas, las webs visitadas, sus chats, sus
decisiones de compra.
En definitiva, el rastro digital de nuestras búsquedas –nuestra huella digital–, dice quiénes somos,
cómo somos, qué queremos, cuál es el déficit de
felicidad que padecemos, que puede satisfacernos,
o cómo se puede actuar sobre nosotros.
La base de datos de nuestras intenciones
Hoy es posible redactar una base de datos de las intenciones de los usuarios de la red, creada a partir de los rastros de intención de búsqueda, es decir, de los movimientos que millones de ciudadanos ejecutan con su ratón sobre la pantalla del ordenador: la suma total de esas búsquedas constituye la base de datos de nuestras intenciones (Batelle, 2006, p. 15). “Es como si cada uno de nosotros, cada día, estuviera trazando un dibujo de complejidad joyceana –registrando el mundano y extraordinario curso de nuestra vida– a través de nuestras interacciones con Internet” (p. 22). Nuestras búsquedas modificarán las relaciones con nuestros gobiernos (p. 21), porque el interés político por las huellas de nuestras búsquedas no tardará en constituir la información a partir de la cual políticos, partidos y gobiernos desplieguen sus estrategias para no perder el apoyo de los electores cuya huella digital, perfil y hábitos de búsqueda tendrán en un disco duro.
Como dice Castells, aunque técnicamente Internet es una arquitectura de libertad, socialmente sus usuarios pueden ser reprimidos y vigilados a través de las tecnologías de identificación: contraseñas, cookies y procedimientos de autenticidad que consisten en firmas digitales que permiten a los ordenadores verifi car el origen y las características de los mensajes recibidos.
Y el control no vendrá sólo de gobiernos o de la policía: también las empresas vigilan el correo electrónico de sus empleados. El debate sobre seguridad y libertad en la red se estructura en torno a dos polos: la regulación político-jurídica de la red, y la autoprotección tecnológica de los sistemas individuales.
Las cosas que buscamos cuentan quiénes somos:
dime qué buscas y yo diré a quién le interese
quién eres, podría ser la consigna de esta información
acumulada sobre nosotros, los internautas.
Y cuando un portal de Internet tan poderoso
como Google compra empresas de gestión publicitaria
online, como DoubleClick y Atlas, lo
que está comprando es información para poder
poner en la página que visita el internauta los
anuncios publicitarios con productos o servicios
que puedan interesar a ese perfil de usuario de la
red. Los consumidores que busquen información
sobre vitaminas, aerolíneas, hoteles y refrescos
posiblemente buscarán anuncios sobre dichos
productos y servicios (Story, 2008, p. 7).
Conclusiones
1. Cuando una nueva tecnología irrumpe en la
sociedad, y demuestra capacidad de generar
una resonancia notable –la imprenta de
tipos móviles, la prensa de masas, la radio,
la televisión–, y de inventar nuevas formas
culturales, los dispositivos de control –gobiernos, Estados, partidos, industria del
entretenimiento, acaso buscadores– afinan
su estrategia, y preparan nuevas formas de
comunicación. Por su parte, no pocos de los
usuarios, ajenos a las verdaderas dimensiones
del fenómeno –por aquello que decía
Arón: “los contemporáneos son partidarios
o ciegos, como los actores o las víctimas”
(1983, I, p. 180)–, disfrutan y se divierten
con el gran escaparate generado por la nueva
tecnología, por el que puede acceder a
todo tipo de entretenimientos, mediando en ello el menor esfuerzo posible. Por el contrario,
otros aprovechan los intersticios de
libertad que la red admite.
2. Aunque es cierto que “son las estructuras
o las tecnoestructuras las que nos dirigen,
hagamos lo que hagamos, el poder que nos
queda es el de interpretarlas” (Aron, 1974,
p. 57) (1976 en ref.), siempre podemos
apostar por la responsabilidad de la interpretación,
sin abandonar la esperanza de
que esa capacidad de interpretar se cuele en
la estructura de la realidad, cambiando algún
aspecto de ella. Hablamos de reflexividad,
por la cual los enunciados empiezan a
formar parte de la realidad a la que se refieren,
enderezando algo que en ella está torcido.
Podríamos decir –con Postman–, que
la tecnología es un aparato físico, sólo una
máquina, y un medio es el entorno social e
intelectual que la máquina crea, siendo esa
la novedad que representa Internet: el medio
generado por la máquina.
3. No se trata de caer en el pesimismo, pues el
doble rostro de Jano que nos enseña Internet
no tiene por qué suponer un deterioro en la
libertad del internauta: como decíamos en
aquel libro en el que escribíamos nuestras
primeras reflexiones sobre Internet, la red
de autopistas preexiste a los viajes, pero el
itinerario que se marca cada uno es libre, y
en el interior de cada vehículo el viaje que
se realiza es único, el conductor inventa sus
itinerarios, sus trayectos, los tramos que
merece la pena recorrer. En definitiva: las
pretensiones de control de unos no conseguirán
que se abran camino las nuevas formas
de libertad. (¿impedirán?)
4. Parece razonable instalarse en una antropología
positiva, y apostar por el potencial que
encierra Internet en orden a construir una
democracia de calidad, que bien puede ser uno de los objetivos prioritarios del siglo
XXI. Sabemos que las relaciones entre tecnología
y sociedad son más complejas de lo
que parece a primera vista. La tecnología no
determina totalmente a la sociedad, y tampoco
la sociedad dicta el curso del cambio
tecnológico. Y es que el dilema del determinismo
tecnológico es un falso problema:
parece sensato afi rmar que tecnología es sociedad,
y ésta no puede ser comprendida o
representada sin sus herramientas técnicas
(Castells, 1996, p. 31). Pero si rechazamos
el determinismo tecnológico absoluto, podemos
aceptar una infl uencia decisiva, incontrovertible,
de la tecnología, como parece
demostrarlo la historia occidental de los
siglos XIX y XX. Y el hecho de que la política
tenga que producirse en el lenguaje de
los medios electrónicos tiene consecuencias
profundas sobre las características, la organización
y las metas de los procesos políticos,
los actores y las instituciones políticas
(Castell, 1996, p. 512).
5. A lo anterior se nos ocurre añadir lo que sigue: Internet tiene consecuencias también sobre los juegos de lenguaje que ejecutan los actores políticos, sobre su efi cacia y sobre la nueva interacción existente entre antiguos medios de comunicación y la nueva realidad instaurada por la red. Pero, como quedó dicho más arriba, la posibilidad de la interpretación representa la libertad frente a la tecnología, y la posibilidad de aprovechar todo lo positivo que tiene Internet, esquivando o minimizando los aspectos negativos que ese aleph borgeano pueda tener.
Referencias Anderson, D. M., Cornfield, M. (eds.) (2003). The
Civic Web. Online Politics and Democratic Vlaues.
Lanham: Rowman & Littlefield Publishers. Batelle, J. (2006). The Search: How Google and
hits Rivals Rerwote the Rules of Business and
Transformed our Culture. Nueva York. Penguin
Group. (En español Cómo Google y sus rivales
han revolucionado los mercados y transformado
nuestra cultura. Barcelona: Colección Tendencias.
Ediciones Urano). Cornfield, M. (2004). Politics moves online:
Campaign and the Internet. USA: Century
Foundation Press. Finkielkraut, A., Soriano, P. (2006). Internet, el éxtasis inquietante. Buenos Aires: Editorial Libros
del Zorzal. Lyotard, J.-F. (1984). La condición postmoderna. Madrid: Cátedra. Postman, N. (1991). Divertirse hasta morir. El discurso público en la era del “show business”. Barcelona: Ediciones de la Tempestad. Postman, N. (1994). Tecnópolis: la rendición de
la cultura a la tecnología. Barcelona: Galaxia
Gutenberg/Círculo de Lectores. Sitios de Internet LifeChurch. Disponible en: www.mysecret.tv. [Fecha de consulta: 27 de marzo de 2007]. The New York Times. Disponible en: http:// www.nytimes.com/.[Fecha de consulta: 18 de septiembre de 2006]. Eco, U. (Entrevista de François Armanet) (2006). “Los aliados del terrorismo están en los santuarios
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Tes/. [Fecha de consulta: 27 de marzo de 2008]. |